Todos
recordamos a Popeye, aquel gracioso marinero amante de las espinacas, que era
hostigado, en cada episodio, por su antihéroe Brutus. Los continuos abusos del
villano hacían que Popeye acumulara impotencia y todo explotaba en el preciso
instante en que el alimento salvador, “la espinaca”, entraba en escena. Cuando
el agradable dibujito comía una lata de espinaca sus músculos se volvían
fuertes como un tanque de guerra, así vencía al villano y salvaba a su amada
Olivia. La respuesta frente a este acto era habitualmente, una agresión
multiplicada.
Este
pequeño comparativo nos lleva a conocer lo que se denomina hoy en día "Punto
Popeye". Es la situación que experimentan muchos trabajadores expuestos a
un estado permanente y agobiante de estrés. Hasta que, en algún momento,
"estallan" superados por la presión. Este punto consiste en una
repentina sensación de determinación y propósito, que les hace tomar una
decisión radical y apresurada, sin considerar
sus consecuencias.
Algo
muy curioso a destacar es que a menudo lo que nos hace reaccionar violentamente no es
un gran problema sino una pequeñez que, en la situación de agobio en que nos
encontramos, de pronto se nos aparece como abrumadora.
En
el mundo de las organizaciones, todos pasamos por momentos
"delicados". Tenemos que prepararnos sistemáticamente para que,
cuando aparezca el Punto Popeye, éste no nos lleve a romper vínculos ni a
enemistarnos con nuestros jefes, nuestros compañeros, nuestros colaboradores,
ni nuestras familias. Porque lo cierto es que cuando estallamos y decimos
"no puedo más" con frecuencia generamos conflictos sin retorno.
La preparación debe comenzar
en tiempos de paz y tranquilidad personal.
Debemos articular los acuerdos para que, en el momento en que llegue nuestro Punto
Popeye, tengamos mecanismos preventivos de autorregulación.
No
hay curso que pueda prepararnos para ese momento. La clave es un manejo superlativo de nuestras emociones, tener
mecanismos de autocontrol para evitar llegar al punto del colapso.
El
estrés que produce el trabajo influye, a veces positiva y otras negativamente,
sobre nuestro cuerpo y nuestra mente. Las patologías que aparecen son muchas y
tienen que ver con la personalidad y el sistema inmune de cada uno.
A decir verdad, más de la mitad de los ejecutivos las padecen y
pocas empresas tienen efectivos planes de contención. La mejor manera de enfrentar el estrés laboral cotidiano es
teniendo control de los pensamientos negativos y tratando de ocuparse en resolver los problema, en
vez de preocuparse.
Los niveles de estrés con los que estamos viviendo
hoy en día nada tienen que ver con los que se trabajaba años anteriores.
En
ocasiones, la acumulación de tensiones nos genera una sensación de "no
puedo más", y tomamos decisiones bruscas que impactan negativamente en
nuestras carreras y nuestras vidas. Hay que estar preparados para poder
enfrentar estas situaciones tan comunes para que no se nos "salte la
térmica".