Cuando hay que decidir rápido: ¿se puede confiar en la intuición?


El modelo de líder que prevalece en las empresas suele ser una persona "de carácter" que toma decisiones en un abrir y cerrar de ojos. En las organizaciones se le da mucho valor a la actuación por impulso o intuición, que propone tomar decisiones rápido para obtener respuestas o conclusiones inmediatas.

En ocasiones, la cultura de "sacarse los temas de encima" funciona, para algunos ejecutivos, como una excusa para saltear las primeras etapas del proceso de decisión y abocarse de lleno a los detalles de la ejecución.  Así, muchas veces, termina ganando el valor de la intuición por sobre el análisis, incluso cuando la capacidad analítica de la que pueden valerse las empresas hoy sea enorme y provea muchas ventajas.
Profundizando un poco en el tema veremos que no todas las decisiones pueden tomarse siguiendo un método, ni tampoco en un parpadeo. Existen, según el psicólogo Daniel Kahneman dos sistemas de pensamiento muy simples de explicar:

El primero es rápido y automático. Este sistema entra en funcionamiento, por ejemplo, cuando calculamos la distancia entre dos objetos al caminar, o cuando reconocemos que alguien está enojado con sólo mirar su cara con el ceño fruncido. Este modo de pensamiento es muy veloz y no tenemos control sobre él. Sencillamente, es algo que nos pasa.
La intuición se nutre de este sistema de pensamiento no consciente que es fruto de la experiencia acumulada o la repetición. A través de él, podemos "saber" incluso sin saber cómo es que sabemos (esto en las empresas puede resultar un problema a la hora de querer explicar cómo llegamos a formular cierta teoría o conclusión).
Este sistema de pensamiento nos puede hacer ganar mucho tiempo y es muy útil para muchas decisiones. A medida que adquirimos experiencia, lo utilizamos en una mayor variedad de situaciones en que la velocidad resulta crucial.
Sin embargo, podemos caer en innumerables errores basándonos únicamente en nuestra intuición; esto hace que sólo los más experimentados puedan tener la confianza para tomar estas decisiones sin más fundamento que lo que dicta "el cuore” o “el estómago”
El segundo sistema de pensamiento es más lento y razonado; es un pensamiento que puede ser controlado. Por ejemplo, si queremos calcular cuánto es 54 x 12 necesitamos acudir a él. Tomamos la decisión "voluntariamente" de hacer un ejercicio matemático para llegar a la respuesta.
Gran parte de las decisiones que tomamos cotidianamente requieren que "decidamos" evaluarlas. De hecho, si fuéramos el accionista de una empresa, ¿querríamos que nuestros ejecutivos, para mostrarse "dinámicos", tomaran las decisiones rápidamente sin haber estudiado sus posibles consecuencias?
Como conclusión podemos decir que un sistema esta ligado al otro. La intuición puede ayudarnos en las decisiones de negocios. Pero no podemos confiar ciegamente en ella. Necesitamos que el segundo sistema de pensamiento controle al primero. Para elegir cuándo confiar en la intuición, necesitamos entender qué tipo de decisión tenemos enfrente y cuál es el impacto de sus posibles consecuencias.

¡Cuidado con las decisiones precipitadas!

Los líderes no pueden evitar que los pálpitos influyan en sus juicios, éstos aparecen cuando nos enfrentamos a una decisión sin que los convoquemos. Lo que sí pueden hacer es identificar las situaciones donde aparecen más probabilidades de estar sesgados, y fortalecer el proceso de decisión para reducir el riesgo.